miércoles, 17 de abril de 2013

Suponer.

Brillante, brillante a los sonidos árabes y los violines desafinados. Se me hiela la sangre al saberte, y suponer que me miras, escondida entre las nieblas nocturnas.
Muchos corren, luego comienzan a observar, se echan a llorar y siguen corriendo hasta gastar sus piernas. Le vamos llevando el ritmo a la vida, preguntándonos constantemente si hemos vivido lo suficiente como para tener las manos tan heladas con el roce del viento. Sin darnos cuenta del peso en la espalda ni la compañía súbita del reflejo de las ventanas lejanas e imitadoras al infinito naranjo.
Muchos le temen a la violencia, desvanecen la mirada, se distraen. Quizás, quieran no saber. Y quedaron sin saber nada.

Pero no me importa. Es jodido, me explicas todo esto pero perdiste las cuerdas vocales. Me pides ayuda pero ya estoy cansado, y tu estás de espaldas hacia mis narices.
Es aquí, solo aquí, cuando después de decepcionarte de mi, despejarás la zona, lloverá el sol y correrás al naranjo ventanal inmundo
de violencia y distraída.



Queremos lograrlo. Podemos lograrlo. Pero ¿por qué no dejarlo para otra ocasión?

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